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¿Qué beneficios aporta la actividad física?

Quizá la pregunta debería ser al contrario, qué beneficios se extraen del sedentarismo, lo que nos hace pensar sobre el estado actual de la cuestión, porque a estas alturas tener que justificar la necesidad de actividad física resulta demoledor. De hecho, para la mayoría se ve, inconsciente o de modo evidente, como un entretenimiento de niños o jóvenes, una forma de rebajar la tensión que suponen cuestiones verdaderamente importantes como el estudio o el trabajo. Los planes escolares contemplan alrededor de 30 horas lectivas/ semana, de las que sólo dos son de educación física y, si hay que sacrificar alguna, estas son las principales candidatas…no vayan a perder lengua o mates. ¡Cuando un niño se pasaría, dejado naturalmente a sus impulsos, casi todo el horario jugando, o sea, moviéndose! Digámoslo claro, el sistema educativo va contra la naturaleza del niño y nuestras ciudades o nuestras prioridades, también.

Otro síntoma de lo lejos que estamos acerca de la realidad humana es limitar, casi de modo exclusivo, actividad física a deporte o educación física basada en los deportes. Los propios profesores carecemos de una formación adecuada en muchos casos, y dejamos al margen contenidos fundamentales como el ritmo, el baile, la expresión corporal y formas complejas de comunicación como el teatro, la música y el canto. Todo ello se hace con el cuerpo, como hablar o escribir, nos permite descubrir un mundo de sensaciones, sentimientos y posibilidades incalculables, nos facilita el trato con los demás y con nosotros mismos. No sé si es mi impresión, pero me parece que nuestros chicos son cada vez más inexpresivos, hieráticos, dados al aislamiento, y yo lo culpo a la falta de juego libre con otros niños. El juego desarrolla su espacio personal, en él absorbe las reglas básicas de convivencia y educa su motricidad adquiriendo habilidades coordinativas que mejoran su salud, la percepción de sí mismo y su inteligencia. SÍ, su inteligencia. Un cerebro pobre no puede guiar un cuerpo en un pilla – pilla o un partido de fútbol callejero. La neurociencia cada vez otorga más valor al movimiento complejo como constructor de sinapsis y como recuperador o estabilizador de funciones en caso de enfermedad o degradación por envejecimiento. Aprender bailes, jugar al pin – pon o hacer esgrima reporta más beneficios a nuestro cerebro que diecinueve crucigramas o quinientos libros.

Hay que moverse porque es la precondición de la felicidad. Una persona que salta suele sonreír. La actividad física es nuestro modo de relación con el mundo, sea para asegurarnos el sustento, para realizar las funciones básicas o para amar: me muevo para besar, para tocar, para abrazar, para perpetuarme, para resultarte atractivo a ti y a mí. Las personas que no se mueven, que se encierran, que se encarcelan en celdas con  barrotes de comida, ordenadores o televisores son manifiestamente infelices y en la mayoría de los casos enfermas del cuerpo y del alma. Por el movimiento conozco al mundo y a los otros, me acerco a mis límites.

La actividad física en este mundo hipertecnológico es una necesidad y un negocio. Por un lado la excesiva comodidad nos facilita la vida, pero nos expone a fenómenos de profunda crueldad como la obesidad mórbida y el sedentarismo (los niños no juegan y son torpones, con cuerpos más feos, y sufren), plagas que acomplejan y cuya solución no es decir que la belleza está en el interior, porque no se lo cree nadie; ni aquello tan noble de acéptate como eres… y menos cuando tu ilusión es captar la aprobación y la admiración de los demás, sentirte querido, deseado; en todos los planos. Que te releguen al final en cada juego, en cada baile, que te quede mal la ropa de moda, son mensajes que todos entendemos, y a los que padres o profesores equivocadamente menospreciamos.

Un niño que juega se desarrolla más armónicamente, es más hábil y presenta mejores instrumentos de relación…y también un niño que baila, que canta, que toca instrumentos. Aun no lo he dicho, pero cuanto más tiempo estemos en contacto con la naturaleza mejor, los efectos del movimiento se multiplican tanto en lo puramente corporal como en lo intelectual y emocional, si son separables. Hay pruebas de ello, de cómo el contacto con el medio natural desarrolla nuestra capacidad cognitiva. El hombre cazador – recolector tenía un cerebro más desarrollado que el nuestro y era un tipo feliz a pesar de las limitadas comodidades de que gozaba (Yuval Noah)

La actividad física asimismo es un negocio, puesto que la sociedad de la felicidad y el rendimiento reclama multitudes que precisan de grandes condiciones físicas: policías, bomberos, militares, deportistas, actores. Además queremos que nuestros hijos crezcan saludables y estamos comprobando los daños que causa el exceso de alimentación y la falta de movimiento. Y los adultos, esperanzados en una larga juventud y una vejez dinámica y creativa. Nuestra vida se ha prolongado en casi dos generaciones y esos años “excedentarios”, sobrantes, pueden ser demasiado redundantes sin más estímulos que el trabajo y el cuidado de la familia. Salud, belleza, energía son los santos griales de la sociedad, y me parece bien, pero para ello hay que pagar la servidumbre de moverse; en esa esclavitud encontramos, paradójicamente, la alegría y el gusto por la vida y un vehículo seguro para estar (bien) con los demás, algo imposible si no nos sentimos contentos con nosotros mismos.

Miguel A. Robles.
Profesor de Educación Física en el IES Thader de Orihuela

 

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